Por Adriana Bianco*

La crítica de arte Marta Traba ha dicho que hasta la década de los cincuenta el arte ecuatoriano fue influenciado por los murales mexicanos, el indigenismo social y la presencia del gran maestro  Guayasamín, hacia 1950. Luego, las vanguardias se expandían en el arte y el ambiente plástico  ecuatoriano no fue ajeno a estos cambios.  Durante las décadas de los sesenta y setenta, la “Generación de Ruptura” exploró nuevas visiones plásticas, con artistas innovadores como Oswaldo Viteri, Enrique Tábara y otros, quienes sentaron las bases para las nuevas tendencias que explorarían futuras generaciones.

Actualmente Ecuador participa en el ámbito artístico mundial a través del pluralismo estético y la fusión de técnicas y métodos, todo como parte de la globalización del arte. A esta generación ecléctica pertenece Miguel Betancourt, un artista ecuatoriano que responde a estos movimientos  artísticos globales  pero siguiendo sus propias pautas visuales.
Betancourt nació en Quito en 1958 y muy temprano descubrió su vocación artística. “Cuando se enfermó mi madre y nos quedamos solos mis cinco hermanos, teníamos miedo a perderla.  Mi infancia estuvo rodeada de soledad y quizás por eso comencé a pintar. Era una actividad recreativa que me liberaba de la angustia de la pobreza y la ausencia de  mi madre. En todo caso, mi arte se inició en mi niñez como un refugio, sin imaginar que habría de convertirse en mi profesión”.

En 1976 y 1977, Betancourt estudió pintura en el Centro de Arte de Milwaukee en el estado de Wisconsin en los Estados Unidos. Cuando regresa a Quito, para completar sus estudios en Pedagogía y Letras en  la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, se reencuentra con  su patria, la presencia de civilizaciones prehispánicas, la riqueza de la  arquitectura colonial y la grandeza de las iglesias barrocas de su Quito natal. Descubre  con nuevos ojos el color de los Andes y la belleza del paisaje ecuatoriano.

En 1988, el Departamento de Estado de los Estados Unidos invitó a Betancourt a una gira cultural y luego recibió una beca del Consejo Británico que le permitió estudiar en Londres y viajar por Europa. El artista recuerda y reflexiona sobre su obra a partir de esa experiencia vivencial: “Aquellos años de estudio, visitas a museos y contactos con grandes civilizaciones eran muy importantes para mi educación artística. Tanto el descubrimiento de mi propio país como mis experiencias en los Estados Unidos y Europa marcaron mis obras.  Tuve que asimilar esos aspectos y tratar de plasmarlos  en mis pinturas”.

Las obras de Betancourt oscilan entre la figuración y la abstracción.  Algunas tienden hacia una cierta geometría mientras que otras liberan el trazo. Él siempre busca fusionar estilos y técnicas.  Aunque sea un maestro con las acuarelas, no ha dejado de lado ni los óleos ni los acrílicos.  Explora el uso de los collage y la técnica del “chorreado” y es capaz de manchar en aguadas, como empastar con fuerte textura. Sus temas incluyen la naturaleza, paisajes ecuatorianos, reminiscencias  andinas, evanescentes arquitecturas y  pequeños pueblos de la región.

Betancourt recuerda cuándo vendió su primera pintura: “Fue en 1974. Estaba participando en un concurso de la provincia de Pichincha y recibí mi primer Premio.  Pero el día de la inauguración, mi pintura no estuvo colgada en la galería Charpantier. Estaba preocupado pero Don Pablo, el dueño de la galería, me dijo que ya la había comprado un turista suizo”.
En la década de los ochenta siguieron otras exposiciones, principalmente de paisajes hechos con acuarelas. “Las acuarelas me permiten mucha libertad.  A veces trabajo con pinceladas ligeras y otras veces con empastes  gruesos, con una técnica heterodoxa”, explica.

En 1993, Betancourt participó en la XLV Exposición Internacional de Arte de la Bienal de  Venecia.  En el mismo año recibió el premio Pollock-Krasner. Sus obras se encuentran en colecciones privadas en Ginebra y Viena, en oficinas de las Naciones Unidas y en museos y colecciones del Ecuador y la Argentina.
En 2000, la universidad Western en Sydney, Australia,  le invitó a dar conferencias sobre el arte ecuatoriano y a exhibir sus obras en el Museo de Canberra. Entre 2001 y 2003, Betancourt llevó a Centroamérica una exposición itinerante y fue invitado a varias eventos de arte en Chile y Bolivia, así como a la Bienal de Cuenca, en el Ecuador, donde participó en el proyecto de Ispirato corpo, pintando directamente sobre los vestidos usados por  modelos vivas. En 2008, Luciano Benetton le nombró coordinador por  Ecuador para el  proyecto Ojo Latino y,  en 2009,  expuso sus obras en Argentina, en la Fundación Cultural Volpe Stessens,  y continúa  activo con diversos proyectos y exposiciones internacionales.
Su estilo es definido por el artista de la siguiente manera: “Creo que mi obra se nutre de los movimientos constructivistas y expresionistas. Por otra parte, se advierte una línea pictórica  libre, especialmente en los últimos años.  Actualmente estoy en una etapa en que los temas se articulan en soportes texturizados y trazos casi aéreos, realizados con varas untadas de color”.
El color es quizás uno de los principales elementos de su arte y el artista confiesa que su paleta tiene una especial preferencia. “El color que ha dominado en mi obra siempre ha sido el añil. Lo relaciono con América Latina y con las experiencias visuales de mi niñez en los campos del  valle de Cumbayá”.

Betancourt usualmente pinta en series porque eso le permite englobar un concepto y terminar un proceso visual.

“Mis primeras exposiciones agrupadas en conjuntos de  40 a 50 obras, se denominaron: Paisaje andino (1987), Selvaojival (1992), Arborescencias (1994), Memoria vegetal (1995), y son testimonio de mi amor por la naturaleza”.

De hecho, la naturaleza ha sido un tema permanente en sus obras, precisamente porque creció rodeado de los paisajes ecuatorianos, un mundo de plantas y volcanes. También se destacan temas relacionados con la arquitectura prehispánica y colonial, como en las series Piedra roja sobre piedra azul (1997), Edificaciones (1998) y Cuerpos más ciudades (2004).

En la serie denominada Arte pictórica (2005), la cual abarcó 26 dibujos hechos con acrílicos sobre cartón y papel de embalaje y fue presentada en el Centro Cultural Metropolitano de Quito, volvió su mirada al paisaje y creó una metáfora para el cielo y la roca, acentuando la dualidad de la levedad y la consistencia, del movimiento y la quietud. Esta serie también demuestra su ideal estético: “Creo que un artista debe partir de sus  raíces. Mi esencia ecuatoriana y ancestral se funde  en la confrontación con culturas  internacionales.  Intento  enarbolar un arte que asimile esos aspectos y  exprese esas vivencias. El reto es captar la riqueza cultural y la belleza  de la naturaleza y poder transmitirla”.

*Adriana Bianco es profesora de filosofía y literatura. Miembro de la Asociación Americana de Críticos de Arte (AACA), ha escrito numerosos artículos y catálogos sobre artistas.  Colabora frecuentemente con la revista Americas.