LAS VISIONES DE MIGUEL BETANCOURT

Por Dra. Inés M. Flores

La producción artística de Miguel Betancourt, en los últimos veinte años, se desarrolla bajo el signo de la modernidad; el pintor ha captado la señal de los tiempos, y formula su discurso plástico con un lenguaje contemporáneo, pero en términos muy personales, cargados de audacia imaginativa.

Mas su camino no es lineal, no responde a una cronológica determinada, sino a las circunstancias que vive el artista, en su entorno, influido a su vez por el ritmo del mundo. En Betancourt, el hecho creativo es una práctica constante, que se halla en su cotidianeidad, y que comprende también la lectura, la investigación, la experimentación con una temática que ha venido ejercitando sabiamente para perfeccionarla, dándole un incuestionable toque de originalidad: la arquitectura urbana, estilizada, adecuada a un estilo; la naturaleza y su diversidad, en composiciones ingeniosamente equilibradas y con sus elementos dispuestos con gracia en el espacio del cuadro. En su serie Figuras y árboles, se produce una fantasiosa alianza entre lo vegetal y lo humano; así como en Rostros y figuras  sobre lienzo cáñamo, diversos personajes aparecen en el escenario del cuadro, de modo manifiesto o disimulados entre los caprichos de un dibujo aparentemente arbitrario, pero que obedece a una práctica y una disciplina de mucho tiempo.

Y en cuanto al color, la paleta de Betancourt es cálida y rica; su cromática es típicamente andina y, aliada a los asuntos que trata el artista, crea un ostensible clima poético, con obvias referencias al mundo ecuatorial, y que sin duda tienen que ver con la sólida formación literaria de este artista que también ha profundizado en el campo de las letras, del cual emigró con éxito a la plástica, sin que por eso haya dejado de estar en contacto con la lírica.

Miguel Betancourt es un pintor de espacios abiertos, en los cuales juegan sus figuras, que de alguna manera tienden a lo geométrico, creando un mundo armonioso, donde reina el equilibrio, que contrasta con los segmentos de color. Esa tención crea una dimensión estética novedosa, que nos obliga a adaptar la mirada a la oferta visual del cuadro.

Se ha subrayado el sentimiento no solo ecuatoriano sino también americano de Betancourt, que brota en su obra, más allá de los parámetros corrientes en nuestra plástica. Y es que él ha hurgado en el espíritu del continente, y ha aprendido a expresarlo en sus lienzos: alegorías, paisajes, vegetación, atmósferas, ambientes, símbolos derivados de un presente y de un pasado que se encuentran en esas telas a las que no es extraño el barroco propio de nuestras culturas: argumentos que en el soporte hallan el tono justo y la proporción adecuada.

El discurso plástico de este artista es tan particular como elocuente; es persuasivo, hecho de sugerencias, de insinuaciones, con el encanto propio de lo que se hace con pasión y con mucho oficio. El resultado es una obra  que se halla entre las más originales e interesantes de la plástica ecuatoriana. Diríase que es una versión abreviada del mundo, según Miguel Betancourt.

Quito, 2010